martes, 7 de diciembre de 2010

De los errores se aprende.

Hacía frío, mucho frío, ella respiraba agitada y el humo blanco salía de su boca al exhalar. Él le ofreció su saco pero no lo acepto, frunció su perfecto ceño, se mordió el carnoso labio inferior y se frotó los brazos para calentarlos. El silencio se estaba tornando incomodo, pero a pesar de eso ninguno dijo nada, tampoco se habían mirado a los ojos ni una sola vez en todo ese tiempo que habían estado afuera del salón.

Ella comenzó a caminar rápido hacia la vereda de enfrente, estaba enfurecida, no podía creer que él le había hecho eso. Se mareó y cayó al piso, se le rompió un zapato y se golpeó la frente con el cordón, él salio corriendo para ayudarla a levantarse. La tomó por debajo de los brazos y la sostuvo mientras ella luchaba por recobrarse; la sangre caía suavemente desde una ceja pero ella no se daba cuenta. Pronto su vestido, que era blanco como la espuma del mar, quedó manchado de rojo rubí.

Él empezó a pedir ayuda desesperado, al parecer la situación era mas grave de lo que ella pensaba, le dolía mucho la cabeza, las piernas, los brazos, todo el cuerpo y no entendía lo que pasaba a su alrededor, solo sabia que su amor de toda la vida la había desilusionado el día de su casamiento, ahora lo odiaba y quería que la soltara pero no estaba segura de poder mantenerse de pie sin la ayuda de nadie y después se desmayó.

Más tarde llegó una ambulancia, el hombre lloraba por que su mujer había caído sobre un montón de botellas vacías y estaba cubierta de pequeños vidriecitos, cristales asesinos, muchos de ellos clavados por todo su estilizado cuerpo. Se lamentaba porque no había llegado a pedirle disculpas por lo que había sucedido con esa chica de vestido azul y cabello corto rubio, aunque sabía muy bien que no le alcanzaría una vida para pedirle perdón. Por culpa de una estupita aventura, había perdido a su hermosa y dulce esposa.

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